domingo, 20 de septiembre de 2009

San Manuel Bueno, martir, de Miguel de Unamuno

Siguiendo la misma motivación canónica, he leído últimamente algunos libros de autores clásicos españoles, en este caso de la generación del 98. Unamuno, del que sólo había leído poesía, ha sido un gran “redescubrimiento”. Me encantó La tía Tula, que leí en el hospital, cuando operaban a mi madre. Es un reflejo social de la figura de la tía solterona, tan entrañable y próxima. Pero también un libro profundo sobre el sacrificio y el deber, en un relato no exento de pasión contenida, de orgullo y despecho. Luego, en Zürs, leí Niebla, delicioso libro lleno de imaginación e ironía, que se tiñe luego de reflexiones filosóficas en torno a la existencia y el sueño (vestido de creación literaria). Otro gran libro.

San Manuel es una pequeña obra maestra. Breve en cuanto a extensión, apasionante en cuanto al tema, y perfecta en el estilo y el modo de plantear y resolver la historia. Volvemos al tema de la fe (y su falta) y de las obras. Unamuno cuenta mucho en pocas páginas. Tanto que me cuesta resumir nada, más allá del argumento principal: las andanzas de un cura rural universalmente reconocido como santo, pero que esconde el pequeño problema de una falta total de fe. Puede sonar algo teórico, pero como ejercicio teórico es maravilloso.

4 comentarios:

Peregrino dijo...

Welcome back Inaaaaacio. Muchas gracias por todos los libros que has incorporado!

Nacho dijo...

¡Vaya domenica comentante que te has pegado, chaval!

Nacho dijo...

Unamuno era un agnostico profundamente creyente. San Manuel Bueno y Martir es un trasunto de su lucha por creer desde la angustia de quien no sabe si cree.
Un gran libro de uno de nuestros mejores pensadores y escritores.

Un abrazo.

Nacho

Peregrino dijo...

Ahí va un recuerdo del comentario que hice yo cuando lo leí:
"Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar. Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo."

Esta es la inscripción sepulcral de Don Miguel, y que sin duda resume de manera magistral el carácter del protagonista de esta corta novela. Unamuno la escribe en 1930, en plena controversia modernista -como me recordó el profesor Laboa, cuando solo llevaba seis páginas leídas, pero que me sirvió para entender mejor el libro.

Don Manuel es un ilustrado párroco de una humilde aldea zamorana, hoy engullida por el Lago de Sanabria, al que tanta admiración tenía. Sin embargo, le falta un detalle fundamental en un sacerdote, o mejor diría en un cristiano, la falta de fe. No lo comunica al pueblo para no causar un escándalo, y ejerce su profesión de maravilla, de manera que la gente adora su forma de trabajar, e incluso su interpretación los Viernes Santos. Solo se confiesa o sincera con Lázaro, un indiano acaudalado que regresa a su pueblo absolutamente agnóstico o incluso ateo, infectado por el progresismo del Nuevo Mundo. D. Manuel le convertirá a su religión, basada en las buenas obras y en la búsqueda de la salvación ajena, una salvación en la que no cree. Ilustrativo de ese modernismo resultan las palabras de Angelina que casi cierran la obra, para justificar el porqué no hubiese valido de nada que D. Manuel hubiese declarado su agnosticismo: "Habrían creído a sus obras y no a sus palabras, porque las palabras no sirven para apoyar las obras, sino que las obras se bastan. Y para un pueblo como Valverde de Lucerna no hay más confesión que la conducta. Ni sabe el pueblo qué cosa es la fe, ni acaso le importa mucho"