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rating: 3 of 5 starsA la vista de la crisis capitalista que nos azota, decidí empaparme en las fuentes de la ética que la soporta, la protestante. Encontré este librito en una librería muy chula de la calle Muntaner en Barcelona, especializada en libros árabes, pero no dedicada, como se puede ver, en exclusiva, a ellos.
Pues bien, el libro consta de dos partes bien diferenciadas. La primera dedicada al sermón sobre la usura, en la que Lutero expone su pensamiento acerca del comercio, basado en las Escrituras, y fundamentalmente en las Cartas de Pablo. Decir que me parece curioso -si no anacrónico- extraer conclusiones literales de las mismas en temas tan poco relacionados con la enseñanza del amor de Jesús, como el comercio internacional...
Además de aprovechar para meterse con el papa, y con su afán recaudatorio para levantar templos (en concreto San Pedro), critica a las órdenes mendicantes, dictando que la mendicidad debe ser erradicada de la Iglesia, basado en la prohibición que hace Dios en el Deuteronomio. Curioso. Probablemente razón tuviera en criticar el desenfreno, y la falta de mesura de aquellos tiempos, pero el lenguaje es bastante demagógico y por ello repulsivo.
La parte final de su sermón está dedicada a la ilícita compra de rentas. Un batiburrillo lioso acerca de cuando está bien cargar interés. Si este es variable, y sujeto a la ventura de la renta del que trae causa, lo ve lícito. En otro caso no. Y sólo vale para individuos, ya que en el caso de países el tratamiento es mucho más laxo (?)
La segunda parte es un ensayo que contiene los principios en los que se basa para analizar las prácticas comerciales que comenzaban a despuntar en aquella época, muchas de las cuales son de curso común en nuestros días. Es decir, el corazón de las prácticas capitalistas, tan desarrolladas por el mundo anglosajón, luterano y por ello, protestante.
Pues bien, basa toda su ética en tres grados: dar gratuitamente, prestar sin beneficio, y abandonar serenamente los que nos es quitado por la fuerza. Toma ya. Según él, los buenos cristianos aplicarán estos grados en sus transacciones (obviamente las dos partes han de ser cristianas, ya que en otro caso no funciona), dejando al estado la capacidad de perseguir, en nuestro nombre, a los que sean malos, holgazanes e injustos, y se aprovechen de nuestra bonomía. Pero los cristianos no debemos perseguirles, es más debemos pedir clemencia, ahora sí, con la boca pequeña. Es decir, Dios nos dota de unas autoridades que no tienen que seguir los dictados del amor cristiano, sino que han de ser severas y estrictas "...la espada temporal solo puede ser roja y sangrante, pues el mundo quiere y debe ser malo; y la espada es la vara de Dios y su venganza contra el mundo..." Cuando menos durillo y difícil de ver en ese Dios al padre misericordioso que nos enseñó Jesús, no?
Curiosamente propugna una autoridad que fije los precios, y le repugna la formación de los mismos a través de las leyes de la oferta y la demanda...
El final del ensayo es apoteósico, intentando hacer una defensa del José del Genesis, como ejemplo de lo que deben hacer los dirigentes de los países en cuanto a hacer crecer sus reservas. En el caso del individuo lo condena sin paliativos. El hombre debe confiar solo en Dios, nunca atesorar riquezas ya que no sabemos cuando moriremos. En cambio los países (como si no estuviesen formados por hombres) son libres para comerciar, incluso injustamente, con sus bienes atesorados.
Dos temas que también me llaman la atención: la limosna, "lo que tenéis de sobra, dadlo en limosna...", no es el concepto que yo tengo (lo cual no quiere decir, dada mi incoherencia, que no sea lo que aplique), y la tirria que tiene a los fiadores (basada en que el hombre es malo por naturaleza, que solo se debe confiar en Dios y que por lo tanto el fiador es execrable). Otros, como las ventas a crédito, la condena de cualquier beneficio, o el concepto de interés, creo que son hoy anacrónicos. Lo importante es la justicia en su determinación, no el concepto, creo yo.
Lutero establece dos autoridades, lo cual no me parece mal. La temporal, basada en un Estado omnipotente, severo y cruel si hace falta, y la espiritual, dedicada exclusivamente al individuo. Lo que no veo claro son los valores antagónicos que postula para ambas. Olvida dos cosas, como mínimo, a mi modesto entender: que la autoridad temporal también esta formada por hombres (los cuales se deberían regir también por las normas cristianas), y que además regula las relaciones entre los hombres bajo su poder.
En definitiva, librito muy interesante para conocer el pensamiento del gran reformador. Algunas ideas me parecen muy buenas, pero en su ejecución me parece cuando menos hipócrita. Termino como él. Amen.
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