My review
rating: 4 of 5 stars"Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar. Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo."
Esta es la inscripción sepulcral de Don Miguel, y que sin duda resume de manera magistral el carácter del protagonista de esta corta novela. Unamuno la escribe en 1930, en plena controversia modernista -como me recordó el profesor Laboa, cuando solo llevaba seis páginas leídas, pero que me sirvió para entender mejor el libro.
Don Manuel es un ilustrado párroco de una humilde aldea zamorana, hoy engullida por el Lago de Sanabria, al que tanta admiración tenía. Sin embargo, le falta un detalle fundamental en un sacerdote, o mejor diría en un cristiano, la falta de fe. No lo comunica al pueblo para no causar un escándalo, y ejerce su profesión de maravilla, de manera que la gente adora su forma de trabajar, e incluso su interpretación los Viernes Santos. Solo se confiesa o sincera con Lázaro, un indiano acaudalado que regresa a su pueblo absolutamente agnóstico o incluso ateo, infectado por el progresismo del Nuevo Mundo. D. Manuel le convertirá a su religión, basada en las buenas obras y en la búsqueda de la salvación ajena, una salvación en la que no cree. Ilustrativo de ese modernismo resultan las palabras de Angelina que casi cierran la obra, para justificar el porqué no hubiese valido de nada que D. Manuel hubiese declarado su agnosticismo: "Habrían creído a sus obras y no a sus palabras, porque las palabras no sirven para apoyar las obras, sino que las obras se bastan. Y para un pueblo como Valverde de Lucerna no hay más confesión que la conducta. Ni sabe el pueblo qué cosa es la fe, ni acaso le importa mucho"
View all my reviews.
1 comentario:
Espléndidas páginas de un alma atormentada que estuvo dudando toda su vida de un dios en el que creía! "Y si muero nada tiene sentido", gritó en una ocasión. Puso en esta obrilla todo el sentimiento trágico de la vida cotidiana, consciente de que sin esa esperanza en la vida eterna la vida perdía su sentido. Sus íntimas congojas y esperanzas están presentes en sus personajes y la ambigüedad del final es fruto de su duda. Leyó mucho y con atención a los autores modernistas, tal como aparece en las obras presentes en su biblioteca. Curiosa situación, presente, también, en el más declarado ateo Pío Baroja que, sin embargo, escribió la novela "El cura de Monleón", en cuyos sermones descubrimos el interés que Barajo tuvo por los autores modernistas. Paradoja española es que entre los poquísimos que seguieron la controversia modernista, tan viva en los países europeos, estuvieron Azaña, Zulueta,Unamuno y Baroja.
Publicar un comentario