sábado, 7 de julio de 2007

Joseph Roth, “La marcha Radetzky”. Barcelona 1981

Comencé con ilusión la lectura de este libro tras la buena impresión de Job. La verdad es que lo tenía entre los libros a tener en cuenta desde hacía años, pero siempre posponía su lectura. Ahora, aprovechando el ánimo que da la cercanía del Mediterráneo lo he leído con rapidez.

La impresión es ambivalente. Escribe tan bien que gozas con las descripciones, la utilización del lenguaje, las descripciones de los paisajes, personajes, situaciones. Sin embargo, en algún momento he tenido la sensación de cansancio. Me ha recordado otra sensación semejante, hace muchos años, al leer “La Montaña mágica” de Thomas Man, espléndida, pero agotadora.

En realidad, he tenido la impresión de que se trataba de untruco o de un engaño. Los tres personajes, padre, hijo y nieto no tienen consistencia real. Todo el montaje literario se basa en una anécdota-la salvación del emperador por parte del abuelo- que se desarrolla en cinco líneas- pero que da mucho de sí por un estiramiento arbitrario y que se va prolongando con distintos artificios.

Tal vez lo más sugerente constituye el intento de describir el cambio de página, de mentalidad, de organización social que se produce alrededor de la primera guerra mundial. En la historia europea no resulta fácil comprender la configuración del Imperio Austro-húngaro, un conjunto de pueblos y costumbres amalgamadas por una historia más o menos común, una cultura dominante, la germana, y, sobre todo, la figura del emperador. Resulta imuy interesante seguir en el libro algunas observaciones y descripciones que señalan, siempre de pasada, ese atractivo subyugante de la figura imperial en tantos pueblos que, a menudo, no participaban de otra ligazón común. Al agotarse la figura se desmoronó el imperio. Tal vez se puede decirse, algo aparece en el libro, que, más que agotarse el modelo, no fueron capaces de adaptarlo a una sociedad distinta, con más ansias de libertad, con los nacionalismos emergentes y con un socialismo pujante.

Sin embargo, no se trata de una reflexión sobre el tema, al modo de Stefan Zweig en su “El mundo de ayer”, sino de un divertimento literario, muy bien escrito, pero algo insustancial.

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