Se trata de los recuerdos infantiles y juveniles de Amos Oz. tengo que decir que me ha fascinado su lectura, a pesar de que en algún momento me costaba seguir leyendo. El viaje a Palestina me ha hecho recordar algunos pasajes y reflexionar sobre algunos hechos. En los ocho días que hemos pasado en esas tierras hemos experimentado una situación desconcertante. No daba la impresión de vivir en un Estado unitario sino en espacios habitados por pueblos distintos sin relaciones entre sí, aunque convivieran de hecho. Amos Oz habla a menudo de sus antepasados cercanos, que llegaron de Odessa, Lituania, Polonia o Alemania. No todos llegaron voluntariamente ni estimaban una tierra que consideraban retrasada y poco interesante para vivir. Son personajes de toda condición, pero hace hincapié en los bien formados, en los intelectuales, en los especializados en la historia antigua o en filología hebrea, aunque muchos de ellos continuaran hablando su lengua de origen.
Me llamó profundamente la atención una afirmación suya: a primeros del siglo XX los únicos que se sentían verdaderamente europeos eran los judios. Que paradoja más sugerente! No eran nacionalistas y por ello su cultura y la historia compartida les llevaba a considerarse europeos. Tal vez el profundo y mezquino nacionalismo europeo de esa época les agudizó su rechazo de los judios.
Por otra parte, las relaciones con los árabes eran instintivamente conflictivas: no se conocían pero desconfiaban profundamente unos de otros. Estaba en juego el hogar de cada uno.
Las descripciones de personas y situaciones son siempre sugerentes. Aparece con naturalidad las diversas perspectivas de los judios y, a menudo, su falta de fe, aunque son conscientes de que no son nada sin la Biblia.
El libro describe y subraya algo elemental pero, a menudo, no pensado, la historia de personas que pertenecían a culturas diversas, que amaban las costumbres y el "humus" de esas tierras, pero que fueron obligados a no ser de ninguna parte.
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