Comentaba el otro dia con Juan Mari que este libro me estaba defraudando y que, de hecho, no sabía si sería uno más de los abandonados a mitad de camino. Después de un interesante preludio, la primera parte del libro se me hizo francamente insoportable, tediosa, sin ningún contenido. Parecía una oda al dominio del idioma por parte del autor (sobre todo los nombres de las prendas utilizadas en el siglo XVI, las descripciones de los paisajes con palabros bonitos pero nunca oídos, ni utilizados, al menos por mi). Insisto, al libro le sobra, en mi opinión, el 80% de la primera parte.
La segunda, por contra, va creciendo en intensidad, retomando el tema anunciado en el preludio, y nos introduce de nuevo en el meollo de la cuestión, es decir, la introducción de las ideas reformistas en el Valladolid católico de Carlos V. En este caso, vemos al protagonista desarrollarse en toda su plenitud, quedando perfectamente engarzadas la evolución de su experiencia personal, con una magnífica descripción de la vida cotidiana de un burgués del siglo XVI, y sobre todo con su evolución religiosa, fundamento de la historia que se nos cuenta en estas 500 páginas (a las que, insisto, probablemente le sobren las primeras 150).
La tercera, el auto de fe, tiene un ritmo frenético, es de aquellas novelas que da gusto leer. En ellas vemos la miseria y el esplendor humano, y nos hace reflexionar acerca de lo que para muchos ha sido (y desgraciadamente es) la religión: un mecanismo de poder, de salvaje opresión, en el que unos pocos dictan sentencias manifiestamente contrarias a la enseñanza de Cristo (y curiosamente los martirios son muy similares a los sufridos por aquellos santos a los que rezamos y que nos dan fuerzas y ejemplo en nuestra vida). ¿Cómo es posible que se mate en nombre de Dios, de Cristo, simplemente por diferir en la forma de entender la profesión de la fe? Esto es particularmente doloroso entre los cristianos, pero evidentemente no debe cinsunscribirse sólo a nuestra aproximación a Dios a través de Cristo.
Juan Pablo II pidió perdón por los excesos cometidos en nombre de nuestra religión. Seguro que también se han cometido excesos desde los otros credos. El inicio del Cristianismo, por ejemplo, las guerras entre protestantes y católicos, todas dirigidas, apoyadas en el poder seglar...¿No sería más fácil seguir la enseñanza de Cristo (amaros los unos a los otros), y no utilizar la religión para nuestros duelos? Por qué no sostenerlos en base a los argumentos que nos pueden separar (políticos, económicos, sociales), y dejar la religión al margen?
1 comentario:
Una buena pregunta para aquellos pastores que se sienten más cómodos utilizando al poder como palanca para sus fines.
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