martes, 7 de agosto de 2007

“Hacia los confines de la Tierra”, Harry Thompson , Editorial Salamandra. 818 páginas


Apasionante novela que describe la vida del contralmirante de la armada británica Robert FitzRoy, ejemplar marino que es normalmente conocido en la Historia por haber sido el capitán del Beagle, pequeño balandro donde se embarcó Darwin, y donde engendró las ideas que le llevaron a escribir su famoso “El origen de las especies”.

La vida de FitzRoy transcurre en la primera mitad del siglo XIX, época de grandes cambios en la civilización. Impresiona el valor de aquellos hombres que se hacían a la mar en pequeños botes, sabiendo que iban a pasar años fuera de sus casas (de hecho sorprende que no fuesen unos desarraigados), sometidos a todo tipo de peligros –mortales tormentas, enfermedades, hostiles nativos- en unas condiciones de extrema incomodidad. En el caso de FitzRoy, además, todo ello lo hace exponiendo continuamente su propio patrimonio, con el único objetivo de cumplir las misiones que le han sido encomendadas, pero siempre manteniendo sus principios y valores.

FitzRoy cree a pies juntillas la literalidad de la Biblia. Darwin, por su parte, se embarca en el Beagle como un aspirante a conónigo, que quiere llegar a Dios a través del estudio de la Naturaleza. Ambos están expuestos a las mismas realidades, y sin embargo sus conclusiones son muy distintas. Uno se lleva la fama, no queda muy claro en el libro porqué, cuando desembarca del viaje, mientras que el otro, que ha defendido la actuación de su compañero y que por lo menos ha de tener el mismo trato, empieza a partir de ese momento una cuesta abajo en su vida profesional injusta a todas luces.

No me queda claro el razonamiento que lleva a Darwin a rechazar la idea del Diluvio Universal, y por qué es la piedra angular del rechazo de la existencia de Dios. Obviamente las circunstancias de su vida pueden explicar su alejamiento e incluso negación de Dios, pero bajo mi punto de vista, no está bien explicado en el libro. El que quiera profundizar en el tema tendrá que acudir a alguna biografía de Darwin (se citan varias en la abundante bibliografía aportada), o incluso a sus libros.

Como decía al principio, el argumento principal de esta novela es la vida de FitzRoy. Y en ella sí que veo un paralelismo con la vida de Job. A diferencia del libro que comenté más abajo (Job la resignación traicionada, de Joseph Roth), FitzRoy se pasa la vida luchando por sus ideales. No deja que la vida pase delante de sus ojos, sino que se involucra en todas las batallas. Es una persona consciente de su importancia en el mundo. Probablemente la inflexibilidad en la presentación de sus planteamientos ayuda a su caída. Pero siempre actúa de buena fe, teniendo muy claro cuál es el Bien superior que debe defender. Posiciones que en aquel momento parece anacrónico defender, que están en contra del progreso anunciado por Darwin, como es el mensaje cristiano de la igualdad de todos los hombres, son hoy muy modernas.

FitzRoy es una persona carismática en la distancia corta. Todos los que han servido a sus órdenes le admiran. Es un hombre de honor, que antepone la palabra dada, y sus principios a cualquier cosa aun a sabiendas de que va a ser perjudicial para él. Confía en sus superiores, lo da todo por ellos, pero éstos raramente le responden.

Pero se ve envuelto indirectamente en las luchas políticas, intoxicadas por el poder y el dinero.
Su salto a la política es muy corto. No puede disfrutar ni un solo día de su elección, ya que los políticos profesionales (que muestran un desapego hacia sus gobernados bastante en la línea de lo que ocurre con demasiada frecuencia en nuestros días) se encargan de destrozarle su vida. Su vida en Nueva Zelanda es abortada por intereses puramente económicos.

Desde el punto de vista personal tampoco su vida es un camino de rosas. Ha de luchar contra una terrible enfermedad, sus esfuerzos económicos no son recompensados hasta después de su muerte (y sólo en parte), lo que le lleva a vivir cada vez con más estrecheces, su vida familiar también se trunca pronto…

A FitzRoy le toca vivir una época de colonialización. El es un marino, con grandes inquietudes personales. Quiere probar la existencia del Diluvio Universal y la igualdad de todos los hombres. Frente a sus tesis están las de Darwin y los transmutacionistas, que niegan el Diluvio y que los nativos al margen de la civilización cristiana sean considerados hombres o personas. Son una especie inferior y por ello van a desaparecer. No tienen ninguna posibilidad de ser considerados personas iguales a los cristianos, y por lo tanto su vida no tiene el mismo valor. Es execrable el uso que se ha hecho del cristianismo en la Historia para cometer barbaridades, interesadas única y exclusivamente por el poder y el dinero…

Mi pregunta a los que leáis este libro –aunque probablemente encontréis otras más interesantes- es la siguiente: ¿tiene razón Darwin y su teoría de la aniquilación de la especie más débil en relación a la extinción de especies como el contralmirante FitzRoy?

1 comentario:

Peregrino dijo...

Comentario de Juan Mari

Los historiadores no siempre son justos y, con frecuencia, están sujetos también a las modas del momento. ¿Quién no conoce a Darwin y sus aportaciones a la teoría de la evolución?, pero, al mismo tiempo, ¿cuántos conocen la personalidad del marino FitzRoy, más allá de los cabos, ensenadas o montañas que llevan su nombre? Sin embargo, él fue el capitán del Beagle, quien contrató a Darwin, ayudándole y animándole eficazmente en sus extenuantes y larguísimos viajes a lo largo de las costas sudamericanas. Conviene tener en cuenta que esta obra que comento se centra , precisamente, en su vida, dejando en un segundo plano a Darwin, de forma que quien pretenda conseguir un conocimiento del conjunto, tendría que leer, también, una vida del investigador además de su obra principal “El origen de las especies”.

El libro es una novela histórica en su sentido más genuino. A lo largo de sus 829 páginas vamos descubriendo las peripecias de un barco de la marina de su majestad británica a lo largo de sus tres viajes con el objetivo de cartografiar las costas de buena parte del continente sudamericano. Con detalle y meticulosidad seguimos el día a día de un barco y de sus marinos, las enormes dificultades provocadas por las tempestades, los vientos y los accidentes y peligros de los fondos marinos. No resulta difícil sentirnos inmersos en esas peripecias y por primera vez, al menos yo, he conseguido situar las Malvinas y los estrechos, canales, islas, bahías, cabos y senos de Tierra del Fuego y, en general, del sur de la Patagonia.

Somos conscientes, a través de sus páginas, de la planificación del futuro, las ganas de conocer, el deseo de dominio, los medios utilizados y la capacidad de preveer las exigencias de su ambición de algunas instituciones británicas. Los ingleses no llegaron, ciertamente, los primeros a estos lugares, pero fueron capaces de imprimir sus huellas y sus nombres en su época gloriosa del Imperio.

Es un libro de aventuras reales, de conocimientos geográficos, de descripción descarnada de las miserias políticas tanto del as autoridades de la marina como de la administración del ejecutivo, y de la egoísta y violenta política colonial, sobre todo en los inicios del gobierno de Nueva Zelanda, pero es mucho más. Conocemos el modo de vivir en un barco de la flota inglesa, algunas costumbres de diversos pueblos indígenas, de la vida de los gauchos, del general Rosas y su sistema de exterminio de los indígenas.

En realidad, el libro trasciende su interés literario y geográfico al describir con mimo marco en el que se inició y desarrolló una parte importante de la teoría de Darwin sobre la evolución y los entusiasmos y controversias surgidas con este motivo.

Sin embargo, aunque insiste en los descubrimientos que Darwin realiza a lo largo de los viajes, de manera especial, en las Galápagos, no resulta nada clara su evolución personal, el por qué de la trascendencia de sus descubrimientos ni su orden lógico ni los motivos determinantes de su teoría evolucionista. Probablemente, el autor no lo intenta, porque necesitaría otro libro, y por ello me refería a la necesidad de completar este libro con otras lecturas. De todas maneras, la personalidad de Darwin queda malparada, aparece egoísta y poco capaz de tener amigos y agradecimiento. Así como las relaciones humanas de FitzRoy con sus oficiales y marinos, con los indígenas Jemmy Buttton y Fuegia, con algunos misioneros, resaltan sus dotes humanas, la actuación del naturalista parece buscar, sobre todo, su interés, despreocupándose de todo lo demás. Ciertamente, de cuanto aparece en estas páginas, su vocación ministerial era inexistente.

La Figura de FitzRoy resulta fascinante y dramática. Sus valores religiosos y humanos guiaron su vida y su bipolarismo la condicionó angustiosamente. Sus antecedentes familiares favorecieron el inicio de su carrera, pero todos los logros, tanto en la marina como en sus investigaciones metereológicas, fueron consecuencia de su tesón y preparación. Amó la marina y este amor condicionó su vida y su economía. Fue honrado y, tal vez, no supo revelarse adecuadamente contra la ambición y las malas artes que, a menudo, lo rodearon. Ir siempre de frente y “con la verdad por delante” es signo de honradez, pero no asegura el éxito que, por el contrario, con demasiada frecuencia, es conquistado por el indeseable.

En el tema de la evolución la actitud de FitzRoy era la de quienes seguían al pie de la letra el relato de la creación del Génesis, es decir la de la mayoría de los cristianos. Parece enjaulado en el tema del diluvio y se ve obligado a rechazar cuanto ponga en solfa la literalidad de esta narración. Uno sigue preguntándose si la transmutación y la evolución ponían en peligro la creación o, más simplemente, lo que ponían en cuestión era la literalidad de la Biblia.

Darwin señala en un momento:”Simplemente he comprendido que la creación es un asunto mucho más flexible de lo que admite la Iglesia”, y, en otro momento: “Lo único que se es que creerse la biblia al pie de la letra…el arca, la creación de los seres vivos en pocos días…equivale a creer lo imposible y lo inteligible”. Vemos cómo FitzRoy fue evolucionando a lo largo de su vida, aunque, tal vez, no llegó a compaginar la creación libérrima y autónoma de Dios y un evolucionismo cuyos límites era imposible de precisar. Por otra parte, si es verdad la deriva atea de Darwin, tampoco él lo consiguió. No estoy seguro de si hoy sabemos mucho más, pero, me parece que tomamos con más calma y admiración la historia de la evolución, desde los trozos de materia dispersos por el big bang a las primeras algas y al hombre prehistórico que pintó en las cuevas de Altamira, es decir, entendemos la creación como un proceso continuo y aceptamos con el jesuita Teihard de Chardin que en la complejidad creciente de la organización de la materia se encuentra la concreta actuación de Dios.

Al terminar su lectura, pienso que sería interesante una puesta en común sobre este tema.