
Libro elegido dentro del Canon como lectura de verano, con vocación de que el canon se haga asequible. Empiezo a leerlo con la sospecha de que tal vez se trata de un libro excesivamente valorado por el mundo anglosajón. Un simpático cuento que ha logrado una larga vida a través de versiones, películas y discusiones, con todo el rollo recurrente de “no es para niños”, etc. etc. ¿Una obra maestra? A lo mejor no.
Tras leerlo en verano (trozos en la playa de Andrín), empiezo a disfrutar del humor absurdo, de los juegos de palabras y de lógica. Algunos personajes son geniales (el gato de Cheshire, la Reina de corazones –“que le corten la cabeza!”-, el sombrerero y la libre de Marzo…). Curioso, gracioso, imaginativo, inteligente. Algún ejemplo: el dialogo con el gato, que salía en los apuntes de la asignatura de informática: Alicia “qué camino debo seguir?”; Gato: eso depende de adónde quieras ir; Alicia: “no quiero ir a ningún sitio en particular”; Gato “en ese caso, no importa qué camino sigas”. Otro: Liebre o Sombrerero (no recuerdo): “quieres más té?”, Alicia: “no he tomado nada té, así que no puedo tomar más”, Liebre o Sombrerero: “si no has tomado nada, lo que no puedes es tomar menos” (las dos afirmaciones parecen ciertas; pero si no puede tomar más ni menos, ¿cuánto té puede tomar?). El lenguaje y la lógica, yuxtapuestos, tienen agujeros negros…
Cuando leo una situación o personaje, me viene a la mente la imagen de la película de dibujos que vía de niño, en el cine. La película no me gustó mucho entonces pero, curiosamente, las imágenes siguen ahí dentro, después de tanto tiempo.
Leo luego la introducción a mi edición, y todo me parece más interesante. La dicotómica personalidad de Dogson-Carroll, con su amor a la lógica, el modo en que su pequeña “filosofía” impregna su relato (sin ilustrar demasiado claramente sus ideas, pero haciendo desde luego muy atractivas sus historias: como en Borges o Unamuno, la filosofía está al servicio de la literatura, no a la inversa), el ensueño de aquél mágico paseo en barca en una tarde de verano, en que Carroll improvisó el cuento para unos niños, que luego creció y creció desmesuradamente (es curiosa la imagen de Alicia Lidell, la niña que inspira “Alicia”, con 80 años en un homenaje a Carroll declararse cansada de ser “Alicia”).
Es increíble la cantidad de comentarios, explicaciones, sentidos que distintas personas han extraído de Alicia. Y no son gratuitos, desde luego. Alicia no es una filosofía, pero es un divertimento de largo (o profundo, si se prefiere) recorrido, que ha perdurado en el tiempo, hasta convertirse en un todo un “clásico”. ¿Una obra maestra? Tal vez sí.