miércoles, 20 de agosto de 2008

“Oh Jerusalem”, por Dominique Lapierre y Larry Collins


Hacía tiempo que quería leer este libro, y he aprovechado las vacaciones estivales para devorarlo. Escrito hace casi 30 años, tiene una vigencia espectacular, y narra las vicisitudes acaecidas en la declaración del Estado de Israel del 15 de mayo de 1948. Es un libro imprescindible para entender la realidad actual no sólo de la situación en Israel, sino de la complejidad de las relaciones de los países árabes con Occidente.
Con una prosa que captura constantemente al lector, los autores, en clave prácticamente de diario, desgranan el devenir de los acontecimientos, intentando hacerlo desde la mayor objetividad posible. Nos muestran la humanidad de los combatientes, sus miedos, sus ambiciones, sus decisiones. También la angustia de la población civil, el sinsentido de las guerras, los dramas individuales. Nos describe, asimismo, el compromiso de los líderes de cada bando con sus respectivos pueblos, los egoísmos y las grandezas de sus miras. Por último, nos da una visión a nivel de estados y de las incipientes Naciones Unidas, de su actuación y las consecuencias.
Todo ello en el marco de la ciudad más sagrada para las tres grandes religiones monoteístas, un puñado de kms cuadrados por el que han peleado a lo largo de los siglos millones de personas, y que ha sido escenario de las mayores matanzas, supuestamente en nombre de Dios. Desde que el Rey David la construyese miles de años antes de Jesús, su destrucción por Nabukodonosor II, la segunda destrucción del Templo por parte de Tito en el 70 dC, la conquista musulmana en el 636, la cristiana en el 1097, la de los musulmanes otra vez menos de 100 años después, o la de los turcos en el siglo XVI, Jerusalem no ha conocido tiempos de paz completa. Siempre ha estado en el ojo del huracán, y para Ben Gudion era clave en la construcción del nuevo Estado de Israel. Los árabes, preocupados en no reconocer el incipiente estado, también hicieron de Jerusalem la clave de la guerra declarada el mismo 15 de mayo. Los británicos, que controlaron la ciudad durante treinta años, se lavaron las manos (como Pilatos) y la abandonaron a su suerte, sin reparar en las consecuencias de su decisión. Estados Unidos, preocupado por su ombligo, también tuvo una reacción tibia. La URSS… El resto de los estados de occidente tampoco se preocuparon por la guerra que todos sabían se produciría una vez los ingleses abandonaran la ciudad.
Miles de personas murieron. Muchas más perdieron todo lo que tenían y fueron obligadas a exiliarse. Los árabes no acogieron a sus hermanos palestinos, lo que provocó enormes campos de refugiados, caldo de cultivo de resentimiento, de pobreza, de falta de futuro para generaciones de personas. Semilla de las tempestades que afrontamos hoy.
Al margen de ayudar a entender la situación política del momento y la de hoy, en su vertiente marginal, el libro nos vuelve a mostrar el horror de la guerra, su sinsentido, la necesidad que tiene el hombre de evitarla. Ello ha de hacerse en sus orígenes. Lo peligroso de la demagogia, de los intereses económicos y personales de algunos dirigentes mundiales, de la tibieza de otros. Nos muestra como vecinos, amigos de toda la vida, se ven obligados a dividirse, a odiarse, a matarse. La inmensa mayoría de ellos son ajenos a unas luchas que sólo interesan a unos pocos, que además no suelen ser los que se expongan a la misma suerte que envían a las personas sobre las que tienen la responsabilidad de gobernar. Son tan ajenos a las mismas que, a la menor oportunidad, vuelven a reír, a respirar, a vivir juntos.
A pesar de las tensiones históricas de la ciudad, en nuestra visita en el mes de mayo me pareció una ciudad riquísima, en la que convivían personas de diferentes religiones, en un equilibrio inestable, pero equilibrio al fin y al cabo. Incluso en la religión del Amor, hemos sido capaces de estar permanentemente enfrentados, a causa de divisiones propiciadas por los hombres en nombre, una vez más, de su interpretación de lo que Dios quiere. Todo ello es una perfecta excusa para que los dirigentes políticos y militares, así como descerebrados sin formación, pero con hambre y sin esperanza, o con intransigencia religiosa, sigan manteniendo la posibilidad de desencadenar matanzas en forma de guerras, atentados, asesinatos selectivos.
En definitiva, ojalá, in sha'a Allah, si Dios quiere, podamos ver a los ciudadanos de Jerusalem convivir de acuerdo a sus tradiciones milenarias, en paz y armonía, respetando los Santos Lugares de cada uno, sin la inestabilidad que unos pocos no quieren dejar olvidar.